domingo, 6 de marzo de 2011

Sobrevivo en Tanger: Crónica de las movilizaciones marroquíes


de lahaine

Siguiendo la tendencia de otros estados árabes, el domingo 20 de febrero fue Marruecos el escenario en el que se desarrollaron distintas manifestaciones. En este caso, la convocatoria para la manifestación de Rabat –a la cual siguieron las demás– fue llevada a cabo por un reducido grupo de jóvenes mediante un vídeo en Youtube y la difusión se hizo a través del Facebook, iniciativa calificada de cívica, democrática y participativa por la prensa de medio mundo. El Movimiento del 20 de Febrero, como rápidamente se apresurarían a llamarle, decidió que ese día fuera el Día de la Dignidad de Marruecos. Llamaron a manifestarse cívica y pacíficamente para pedir más justicia social y una nueva constitución que limitara los poderes que actualmente ostenta el monarca. A la convocatoria se sumaron algunas ONGs de derechos humanos, pequeños partidos de izquierdas, algunos sindicatos y la asociación islamista Justicia y Caridad, tolerada pero no reconocida por el estado, la cual goza de un gran apoyo entre la población.

Las protestas se sucedieron en más de una veintena de ciudades marroquíes, con una participación y un desarrollo desiguales en cada una, entre las cuales destacan las de Rabat, Casablanca, Sefrou, Marrakech, Alhucemas, Nador, Kenitra, o Tánger.

El caso de ésta última es especial, pues, a diferencia de otras ciudades donde las manifestaciones fueron unitarias, aquí coincidieron cuatro o cinco a la vez, cada una convocada por un partido, asociación o sindicato de distinta índole, en diferentes puntos de la ciudad. Poca coordinación, dicen, que fue lo que llevó la jornada al fracaso en esta localidad. De acuerdo con el discurso generalizado por el Movimiento del 20 de Febrero, las proclamas y reivindicaciones de las manifestantes fueron contra la corrupción, por una nueva constitución y por una monarquía parlamentaria. Según las distintas organizadoras, salieron a la calle un total de 10.000 personas; 900 según la policía.

Por la tarde empezaron los disturbios en el paseo marítimo y fueron subiendo hasta el centro. El pavor que sentían los transeúntes era inusitado, y la sensación de pánico en las calles insólito. La gente se encerraba en los portales y todos los comercios bajaron las persianas. Aunque lo más sorprendente de todo esto es que la causa de ese medio no era la policía, sino las propias manifestantes. Y es que desde que apareció el citado vídeo de la convocatoria, el estado empezó a difundir una gran campaña de desconfianza y temor a las posibles protestas que, después de un rápido proceso de gestación entre la gente, acabó siendo un éxito rotundo.
La policía no hizo acto de presencia en toda la tarde, así que hubo vía libre para recorrer gran parte de la zona turística y comercial de la ciudad sin ningún impedimento. No fue hasta la noche que hubo algunas detenciones en un barrio popular, según dicen. Esta extraña ausencia de los cuerpos represores viene causada, a mi entender, por tres motivos muy simples. Primeramente, al gobierno no le interesaba sacar a sus perros a la calle para evitar así la imagen de la represión sobre las manifestantes, que tanto se ha repetido últimamente en otros estados. Segundo, dejando campar a sus anchas a las manifestantes, conseguían poner a las transeúntes y comerciantes en su contra. Y, por último, la imagen de las manifestaciones pacíficas que tuvieron lugar por mañana se vería seriamente ennegrecida, así como el discurso demócrata de sus convocantes y seguidores.

Ahí hay que reconocer que gobierno actuó con inteligencia. El rechazo y el menosprecio que se ha atribuido a esa gente durante los días posteriores a los sucesos han sido absolutos. La idea más extendida es que fueron vecinas de los suburbios, menores de edad la mayoría de las cuales, que bajaron a la ciudad aprovechando el día de protestas y que nada tenían que ver con ellas, pues saquearon distintos locales como tiendas de telefonía móvil, bares, restaurantes o una discoteca.

Sin embargo, no hay que olvidar que también fueron atacados bancos, hoteles, una sede de la compañía de luz y agua o una sede del gobierno del distrito. Sin querer aplaudir una acción violenta como éstas por el mero hecho de serlo, tengo que decir que es algo normal y hasta previsible, pues, al fin y al cabo, no es otra cosa que una muestra del odio y la rabia que llevan dentro y que, en una sociedad tan sumamente coercitiva como es ésta –donde las fuerzas del orden y la ley no son nada al lado de la represión moral y social–, en pocas ocasiones pueden expulsar de una forma tan visual y directa como el pasado domingo.

Asimismo, en la noche del sábado –el día antes de las manifestaciones–, un grupo de partidarias y seguidoras de la sección marroquí del movimiento antiglobalización ATTAC atacó una comisaría, una sede de Amendis (la compañía de luz y agua, causante del alto incremento de los precios), además de distintos turismos, un autobús y un camión de basura, todos ellos pertenecientes a empresas extranjeras subcontratadas por el ayuntamiento de Tánger. Los disturbios empezaron después de que la policía disolviera una sentada en una plaza de la ciudad.

Después de la jornada de manifestaciones, las protestas siguieron, como hemos podido observar, en distintos puntos del estado, mayormente en el Rif, donde hay una tradición contestataria más arraigada. El Movimiento del 20 de Febrero denunció los actos violentos registrados en varias ciudades marroquíes, perpetradas, según ellas, “por grupos de incontrolados”. Días después, miembros de este movimiento denunciaron la presencia de agentes provocadores en la manifestaciones pagados por el gobierno, que aprovecharon, a su vez, para agredir a algunos de ellos.

En Tánger, fueron convocadas distintas concentraciones durante los días posteriores al 20 de febrero, pero fueron disueltas rápidamente por la policía antes que se juntaran cien personas, siguiendo la prohibición real de cualquier acto de protesta contra los poderes del Palacio. Aquí todavía hay lecheras y camionetas del ejército en distintos puntos de la ciudad, así como militares desarmados paseándose por el centro.

Claro está que en cada estado existen unas realidades distintas y que las luchas que surgen de ellas toman en cada sitio un color, un camino y unas reivindicaciones distintas. Aún así, parece que, de entre los estados donde se han desarrollado las revueltas en las últimas semanas, el marroquí es el que goza de una estructura política, gubernamental y económica más solida. El rey es una figura intocable y casi incuestionable, pues pertenece a una dinastía (la Alauí) con más de cuatrocientos años de antigüedad y que, para más inri, se declara descendiente del profeta Mahoma. Además, él es el jefe espiritual de los marroquíes. De ese modo, atacar o incluso cuestionar la figura del monarca se traduce en una blasfemia. En realidad, en ningún momento se ha propuesto de eliminar esa figura; sólo se ha pedido reducir sus poderes.

Contra quien se han gritado consignas ha sido contra elementos del Makhzen (véase la élite real), ministros y otros personajes, como Munir Majidi, el secretario particular del rey y administrador de la fortuna de la familia real. Según una opinión bastante generalizada, Mohamed VI no tiene nada que criticar; sino que si las cosas van mal, si hay corrupción, si hay pobreza, si hay injusticia, es por culpa de sus ministros y hombres de confianza. Muchas partidarias de esta idea se encuentran en el norte del estado, donde el aprecio hacia el actual monarca es más fuerte. Es una postura comprensible si se tiene en cuenta que, después de largos años de indiferencia por parte de sus antecesores hacia esa zona, tierra de piratas y de narcotraficantes, Mohamed VI ha puesto sus ojos en el norte marroquí y durante su reinado ha invertido bastante en infraestructuras varias y ha hecho algunas reformas “progresistas” en materia social. Sólo falta comparar su política con la mano de acero de su padre Hassan II –que muchas todavía recuerdan– para verlo con buenos ojos.
Durante los meses de enero y febrero se sucedieron hasta diez casos de suicidios o intentos de suicidio a lo bonzo en todo Marruecos. El monarca temió un incremento del descontento entre la población y intentó evitar el contagio de las revueltas magrebíes con medidas desesperadas y paliativas como la subvención, por parte del Fondo de Compensación, de productos considerados de primera necesidad (azúcar, aceite, trigo, gasolina), o una licitación para adquirir 255.000 toneladas de cereales. No hay que olvidar que las principales protestas en Marruecos vienen motivadas por razones económicas, antes que sociales o políticas.

En fin. Gran revolución la de Marruecos. Se han mitificado erróneamente –cómo, si no– las revueltas de otros lugares. Revueltas que, por otra parte, han terminado siendo manipuladas o fagocitadas por el ejército, la oposición política o liderazgos varios.

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