viernes, 16 de septiembre de 2011

INMIGRACION Y CRISIS. "Muchas gracias pero ya no nos valen"

Por: Blackbox

Cuando hablamos de inmigración, sociológicamente nos referimos a un proceso de movilidad en el que un individuo sale de su lugar de origen para reestablecerse en otro por motivos políticos, económicos, sociales o un conjunto de los tres, con el fin de cambiar su situación en beneficio de mejorarla.

Se trata de un fenómeno que es imposible que no exista, principalmente porque “nunca llueve a gusto de todos” y siempre existirá gente que emigre en pro de su bienestar y, por otra parte, porque existen aún hoy día numerosos países que no ofrecen a sus pobladores las condiciones necesarias vitales con las que todo país podría contar en pleno siglo XXI.

En España y concretamente en Andalucía, la inmigración supone un aspecto general a valorar en las políticas de acción desde los años 90, pues supone una cuestión de gran importancia demográfica y económica. Según datos del informe del Instituto Nacional de Estadística (2009) España cuenta con una población inmigrante del 12% y Andalucía, con casi 4 puntos por debajo de la media nacional, cuenta con un 8,13% de población inmigrante.

Durante varios años de esplendor económico, las políticas de inmigración (laboral y social sobre todo) han dado carta blanca para la total acogida y aceptación (no integración) de esta población extranjera que tanto papel juega en nuestro país. Mientras se alababa la importancia demográfica de este colectivo, se intentaba controlar la reacción ciudadana ante los inmigrantes. Por otra parte, el reconocimiento del inmigrante como alguien económicamente útil ha sido crucial para la prosperidad económica vivida años atrás y, por lo tanto, ha sido en base al mercado de trabajo que se han regulado los flujos migratorios de personas extranjeras no europeas (40% de población inmigrante comunitaria/europea) .

Pero cuando llegan las situaciones económicas críticas, la inmigración es la cabeza de turco que hay que cortar antes de que suponga una masificación y una amenaza. Mientras la inmigración supone algo convenientemente útil, cuando entra la situación de crisis económica es un colectivo todavía más visible y susceptible sobre los que se desvía mucho más la atención. Además comienzan a tomar partido, sin represalias sociales ni políticas, discursos de exclusión, de marginación y de rechazo a la población inmigrante abanderados por las argumentaciones más estereotipadas: delincuencia, “robo laboral”, colapso de servicios sociales por inmigrantes, demasiados beneficiarios de recursos que “deben pertenecer a la población autóctona”… Y a su vez podemos observar todos que hoy día ya no importa ni se estremece nadie al escuchar que un cayuco con 40 inmigrantes chocó en la costa y se saldó con la vida de la mayoría de los que iban a bordo. Para datos explícitos de cómo se utiliza la inmigración en periodos de crisis, una encuesta realiza por el Centro de Investigaciones Sociológicas detalla que mientras el terrorismo ocupa un quinto lugar como preocupación de los españoles la inmigración se sitúa en tercer lugar por debajo aspectos tan vitales como el desempleo o la vivienda. Por no mencionar cómo ha crecido estadísticamente en España el nivel de xenofobia o racismo en los últimos 5 años que, si bien podemos relacionarlo con el aumento de las migraciones, no cabe duda tampoco de que la situación económica mundial tan deteriorada y austera ha influido notablemente en el incremento de estas tendencias.

Así pues, muestra de cómo se usa la inmigración como aspecto político negativo en términos de crisis, algunos partidos políticos apuestan por el endurecimiento legislativo y casi persecución de los inmigrantes irregulares en España. Véase sino aquel discurso político popular en Vic (Cataluña) que concibe la posibilidad de empadronamiento del inmigrante como una “puerta falsa” de entrada que permite burlar la política de inmigración dado que el empadronamiento da la posibilidad de acceder a una educación y a la sanidad pública. Otro ejemplo es la divulgación de folletos que claramente exclaman “¡no a los rumanos!” difundidos por Xavier García Albiol (presidente PP Badalona) durante su campaña política autonómica. Y también debiera ser contemplado el sutil Plan de Retorno Voluntario para Residentes en Paro presentado por Rodríguez Zapatero que da una invitación expresa al inmigrante desempleado a volver a su país, recibiendo la totalidad de la prestación de desempleo en dos pagos con el compromiso de no volver a España en un plazo mínimo de tres años.

Y ¿dónde queda la presión internacional a los países de origen de los inmigrantes para que sus gobiernos cumplan con una elemental función gubernamental? Incluso un presidente de nuestro país, José María Aznar, afirmó con respecto a los inmigrantes que no servía de nada defenderlos dado que a ellos el propio tren de la historia los había abandonado. Nosotros los habíamos abandonado. Y en cambio países como Marruecos es el primero en la lista de compradores exteriores de la industria militar española.

El surgimiento urgente de políticas de rechazo a los inmigrantes que logran convencer a la población española, sí que debería ser el problema. Eliminan por completo el discurso integrador y multicultural para pasar a un estado de salvación de la crisis económica a través de la persecución de la población inmigrante y la creación de la imagen fija, ahora que es preciso, del inmigrante como amenaza a la estabilidad de nuestra nación.

Teniendo esto en cuenta, ¿hasta qué punto se ve reducida la acción de los programas y planes educativos interculturales que se desarrollan ante el reflejo de una sociedad donde sus mayores, sus ejemplos sociales y las actuaciones legales abogan por el rechazo que roza la xenofobia? Personalmente creo que hasta el punto en que necesitamos de entidades, asociaciones, profesionales, ONGs e incluso personas que ponen en peligro su vida para recordar, por suerte a nivel internacional, a estos divulgadores del rechazo al extranjero no productivo que la labor de integración puede realizarse sin conflictos políticos que trasciendan a lo étnico o cultural. Desde nuestro ámbito educativo es desde donde debemos hacer la mayor intervención con respecto al discurso de la interculturalidad. De hecho somos parte de los recursos que tienen o con el que pueden contar los que sufren esta situación para poder ser respetados como minoría.

Creo que podríamos plantearnos qué rumbo toma nuestra sociedad donde solo recibimos visitas si son productivas para nosotros y en el momento en el que no lo son cerramos la puerta y “muchas gracias, pero ya no nos valen”, y motivarnos en ello dado que como país civilizado quizás debiésemos avergonzarnos por las políticas egoístas y separatistas que difunden y ponen en práctica nuestra clase política.

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