jueves, 26 de mayo de 2011

La crisis, los indignados y la izquierda



Los organizadores de la reciente Feria del Libro Anarquista de Dublín tuvieron la feliz idea de invitar a un ponente por cada uno de los países de la periferia de la Unión Europea sometidos, con o sin rescate, al plan de choque diseñado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, consistente en recortes masivos del gasto público, privatizaciones y ataques a los derechos y prestaciones de los trabajadores. Una ofensiva en toda regla de los ricos y poderosos para mayor gloria del poder financiero y desgracia de las clases populares.
En mi intervención, como ponente del estado español, aludí a la naturaleza de la crisis y a sus caracteres específicos aquí pero, fundamentalmente, hice hincapié en las respuestas que se estaban desplegando ante ella tanto desde el gobierno como desde la patronal, la oposición derechista, la izquierda y el movimiento obrero y popular. Terminé aludiendo a la más candente actualidad: las manifestaciones contra la privatización de la sanidad y de la educación en Madrid y en Barcelona y la convocatoria del 15-M.
Respuestas ante la crisis
El presidente Zapatero afirmaba, al comenzar su segunda legislatura mientras la crisis asomaba sus orejas, en 2008, que una de las prioridades de su gobierno sería el desarrollo de medidas sociales. Eso no se reflejó en un cambio de rumbo en política económica, sino únicamente en el desarrollo de algunos programas de carácter asistencial y una tímida resistencia a implementar la agresiva agenda promovida desde la patronal, más allá de algunas concesiones y por supuesto del regalo de rigor al sistema financiero. El objetivo del gobierno era mantener la paz social, para lo que contaba con el apoyo del sindicalismo burocrático, que se conformaba con las migajas que le ofrecían desde arriba, en vez de pelear por una salida de la crisis que beneficiara a los de abajo.
Dos años después, en 2010, sin un contrapeso sindical sólido, el gobierno cedía a la presión de la patronal y de los poderes financieros y se lanzaba, con la excusa de la crisis, a aplicar íntegramente el programa económico del gran capital. Un programa que también era y sigue siendo el de la oposición derechista (el Partido Popular) que, desde que perdió las elecciones de 2004, muestra de cara a la opinión pública intransigencia y ataque sistemático contra todo lo emanado del gobierno, dentro de una estrategia de desgaste para retornar lo antes posible al gobierno. Es indudable que el cambio de rumbo del gobierno le beneficia políticamente por cuanto erosiona la base social del Partido Socialista, al aplicar éste una serie de medidas antisociales en las cuales la derecha no ha tenido que mancharse las manos: el PSOE le ha hecho el trabajo sucio. El argumento recurrente de la derecha es echar la culpa a Zapatero (no a su política antisocial, sino a su “incapacidad”) de la crisis y de sus consecuencias.
La crisis de la deuda griega fue el último paso en el sometimiento absoluto del gobierno a las directrices emanadas de los cuarteles generales de los más ricos: en mayo de 2010 presentaba un plan de ajuste por un valor de 15.000 millones, que afectaba sobre todo a los trabajadores públicos, y en junio aprobaba por decreto una reforma laboral instigada por los voceros de la patronal. El sindicalismo burocrático, ligado ideológicamente al PSOE pero presionado desde abajo, se vio forzado a la convocatoria primero de una huelga de trabajadores públicos para el 8 de junio y después de una huelga general para el 29 de septiembre.
Dicha huelga, convocada por la burocracia sindical pero extendida por el compromiso de la izquierda real y el sindicalismo combativo, así como las posteriores iniciativas de lucha unitarias ante los ataques antisociales (como las multitudinarias manifestaciones en defensa de la Sanidad y de la Enseñanza públicas), fueron uno de los factores que apunté en la conferencia de Dublín como revitalizantes del movimiento popular y de la izquierda real, que cuenta en su haber con experiencias importantísimas que han servido como catalizadores del descontento y que son ejemplos de cómo actuar, golpeando juntos a los responsables de la crisis mediante amplias alianzas del sindicalismo combativo con los movimientos sociales: las huelgas del Metro de Madrid, la huelga del transporte público de Barcelona o las ya citadas movilizaciones contra las privatizaciones de la sanidad y de la educación, son tres ejemplos de auténticas expresiones de poder popular, hitos que muestran la necesidad y las inmensas posibilidades que abre la conformación de un polo combativo contra el pacto social y por la superación del vigente marco político y económico.
El movimiento del 15-M y los retos para la izquierda
El hastío frente a las consecuencias de una crisis que no tiene visos de remitir y la percepción de que tanto gobierno como oposición no están haciendo nada para beneficiar a los de abajo y que en lugar de ello están promoviendo recortes y privilegios para los más ricos, han sido el fermento del que han surgido las movilizaciones actuales, protagonizadas por la juventud urbana con estudios universitarios pero en la que están teniendo una presencia importante otros sectores sociales profundamente golpeados por la crisis: parados de larga duración provenientes del sector de la Construcción y derivados, pensionistas, trabajadores tanto del sector público como del privado, estudiantes que ven con preocupación la falta de perspectivas profesionales una vez terminadas sus carreras... Es innegable que la izquierda sindical y social está aportando a las protestas, pese a su relativa falta de concreción programática, un capital político y humano considerable. Está consiguiendo atraer a sus posiciones a un amplio campo al que, por su habitual dispersión organizativa y confinamiento en feudos locales y sectoriales, no conseguía llegar, pero con los que conecta a nivel de las críticas a un sistema inmerso en una crisis, también, de representatividad.
Es preciso señalar que estas movilizaciones se producen en vísperas de unas elecciones parlamentarias locales y, en algunos lugares, regionales, a celebrarse el domingo 22 y que se calibran como termómetro y primer pulso antes de las generales del año próximo. La derecha dura, que las contempla como primer asalto hacia la reconquista del gobierno (vista la debilidad de la izquierda institucional) está reviviendo todos sus fantasmas y se imagina conspiraciones en la sombra para “arrebatarles una vez más el gobierno”. Y es que, aunque parezca mentira, sigue sosteniendo que los atentados del 11-M de 2004 formaban parte de un “complot socialista” para desbancarles en las elecciones de tres días después… No se trata de una posición marginal dentro de sus filas, sino sostenida por algunos de sus principales medios de prensa y creadores de opinión desde entonces hasta hoy. La supuesta alianza “PSOE-ETA” forma parte del mismo hilo argumental, que hemos podido ver en las últimas semanas en las manifestaciones de la Asociación de Víctimas del Terrorismo o en la insistencia de periódicos como “El Mundo” en relacionar al Ministerio del Interior con ETA en el llamado “caso Faisán”. No extraña, pues, que no sean capaces de capitalizar políticamente el descontento de la juventud que está en la calle y hagan lecturas delirantes de sus motivos: si en las encuestas de intención de voto aparecen en primer lugar es más por deméritos del adversario que por méritos propios.
Lejos de la febril ensoñación de la derecha, la convocatoria a manifestarse el 15 de mayo tuvo como aperitivo la manifestación con el lema “Juventud Sin Futuro” que tuvo lugar en abril, y se inspiró a su vez por las demandas y los métodos de la “Geração à Rasca” de Portugal, por las protestas en el mundo árabe y por la llamada “revolución islandesa”. No es casual que una de las formas de visibilizar la bronca sea mediante tomas de plazas con un fuerte contenido simbólico. Una vez más se demuestra la importancia del ejemplo como chispa que incendia una pradera ya a punto por el calor de la crisis capitalista.
Este movimiento, a diferencia de otros que se han citado como antecedentes, por su carácter y composición social, tipo movilizaciones contra la guerra de Iraq en 2004 o "V de Vivienda" (protestando por la dificultad de acceso a la vivienda por parte de los jóvenes), va más allá de lo coyuntural y del momento político, porque a diferencia de entonces, la crisis ha llegado para quedarse y está golpeando con bastante dureza a esa juventud altamente cualificada que, a falta de madurez política, experiencia organizativa y dirección, tiene una gran capacidad de movilización y de creación de opinión y como tal y por su número es una fuerza importante que puede pesar no sólo electoralmente, sino también en términos de la correlación de fuerzas entre las clases.
Si desde el campo del sindicalismo combativo y de la izquierda rupturista hacemos un esfuerzo por exponer con claridad y sin aspavientos nuestras propuestas para el cambio social y respetamos los diferentes ritmos organizativos y de concienciación, podemos interesar por nuestros puntos de vista e implicar en los procesos de lucha contra las ofensivas concretas del capital a un amplísimo abanico social que está empezando a despertar políticamente en estos días.
Necesitamos presentarnos como polo combativo, como alternativa factible al statu quo y, para ello, tenemos que desembarazarnos del pesado lastre del sectarismo, del “patriotismo de organización” y de los vicios aislacionistas y presentar un frente unido contra el pacto social y la institucionalización de la política, capaz de ilusionar y de llevar la lucha a un nuevo escenario, de disputa de la hegemonía a las clases dominantes.
No se puede subestimar, ni mucho menos despreciar, a las movilizaciones por no tener un contenido tan claro como nos gustaría, hay que tener en cuenta que surgen prácticamente en el vacío organizativo y político, sin referentes globales sólidos, porque a la incapacidad del sistema para dar respuesta a las necesidades y aspiraciones de sectores sociales cada vez más amplios se le suma la debilidad del polo combativo, por los problemas ya citados, para canalizar el malestar social y el descontento. Hay que trabajar para hacer que converja este movimiento difuso con los procesos de la izquierda sindical y social y con la lucha de clases concreta, no aislarnos de él por considerarlo "impuro" o flor de un día. Está siendo un espacio de politización muy importante para mucha gente, jóvenes sobre todo, que es la primera vez que participan en una movilización social.
El movimiento puede decaer tras el 22-M, pero el malestar entre quienes lo están atizando y simpatizan con él, no. Es importante estar ahí. Llevábamos muchos años esperando este momento, no lo dejemos escapar. Desprendámonos de las anteojeras y pisemos el acelerador.
Manu Garcia

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